IMG 5571 uai

A veces intento hacer pensar a mis pacientes en el porqué de su dolor. Quizás-les digo- esto podría estar taponando algo más doloroso.

¿Más? Suelen responderme. ¿Hay algo más doloroso que estar todo el día pendiente de sus redes, de su estado del WhatsApp, de su itinerario de vuelta a casa?

Les digo que eso al menos les tiene pensando, controlando, urdiendo posibilidades casi infinitas de por dónde va a salir su amante, su crash, o quien quiera que sea que en ese momento ocupe  el cien por ciento de sus pajas mentales.

Casi siempre de primeras esa interpretación es desestimada. Las más de las veces con miradas de “no tienes ni idea”, otras pocas de «¿no te he dicho ya que no puedo ni respirar, que dolor más grave que este? ”

Es solo una hipótesis, igual debería guardármela para otro momento, sin embargo a veces surte efecto más tarde.

A las semanas, a los meses, al tiempo que cada cual requiera, en algún momento resurge la idea desde el otro lado de la terapia. Es el paciente quien arma una explicación de esa obsesión que le reconcome: -¿sabes? Igual este loco amor que me dio por la de mi trabajo, la vecina , o por un ente casi imaginario,  en realidad era una manera de evadirme de la vida (de mierda) que tenía.

No creo que haya una situación tan patética y a la vez tan tierna que la de reconocerte en mitad de una vida que no te satisface.

Se parece a la vergüenza, a la decepción, a un ridículo enorme tras el que te dan ganas de darte un abrazo a ti mismo.

Sonríes levemente. ¿Qué te habías creído? Pero algo te impide llamarte imbécil porque eres tú y te quieres, incluso así. Bueno es que así es como eres.

Es tremendamente importante que ese microsegundo de auto aceptación  y paternalismo masturbatorio no ceda demasiado rápido al desprecio. Peor aún peor es que ceda sin casi ni percatarte a continuar con la misma vida . Un sucedáneo de esto sería lo que hacemos mucho ante el descubrimiento  de estar viviendo una vida invivible: compararla con otras peores. Esa comparativa solo tiene un paso dos: continuar con lo mismo.

Otra opción más común de lo que parece,  es envolver ese darse cuenta insoportable con una amor pasional por una persona que probablemente esté en lo mismo.

Una miradita y listo. De ahí al cielo. El metro se convierte en una escenografía de película en blanco y negro, la silla de la oficina en la montura de un pura sangre en una estepa rodeada de flores donde revolcarse con la chica del metro, la contable de la tercera planta o el chico que te (re) encontraste en Instagram después de 20 años de dejar la guardería.

La cuestión es que aparece y se te olvida el matrimonio fallido, la precariedad laboral, la posibilidad de dejar de hablarte con alguien querido, la idea de hacerte mayor y no haber llegado ni a la suela de los zapatos de tu ideal del yo.

Y sufres de tal manera a cada píldora de realidad, de frustración de esa historia paralela, que se te olvidan los dolores vitales que viene a tapar.

Esto que se evita, ¿es una “ situación vital” frustrante ( la vida es frustrante)? ¿O es más una emoción insoportable de sentirse en un rumbo continuo, tedioso, casi mortífero? ¿Es la sensación de haberse equivocado o  una incapacidad de soportar la insoportable levedad del ser?

Escapar, aún sufriendo el mayor de los desamores, es siempre mejor que hacerlo a la espera de un más de lo mismo.