Una vez escuché a Ferran Adrià decir que a veces iba al McDonald’s. Escuchar a un genio de la alta cocina admitir que a veces come comida basura, me alentó a seguir haciendo cosas que estaban en contra de mis principios. Así que con mi licenciatura escondida, a veces me meto a leer el horóscopo a ver si me dice algo que no sé sobre mí misma.

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Leo el horóscopo negro que no es más que otro cuento chino, pero contado con un lenguaje un poco más currado. No suele tener faltas de ortografía, te habla como si fueras su amiga y además me llama Capri. Eso es lo que me ha robado el corazón. Soy Capricornio porque nací en enero y parece que eso me define como persona: soy como las cabras, vivo en un mundo que para mí, es un monte lleno de obstáculos, y me quedo parada a cada saltito que quiero dar, pensándomelo todo demasiado. “Capri, da el salto ese que tanto te apetece, a la mierda todos esos miedos, cambia de piedra joder, te mereces todo lo bueno que va a pasarte y solo tú sabes de lo que te estoy hablando” (sí porque tú, caradura, si que no lo sabes). Todos tenemos piedras, todos sabemos solo nosotros lo que pensamos, a veces ni siquiera. Pero lo mejor es cuando dice: “capricornio, naciste en el invierno por eso pareces tan frío y racional, pero en el fondo eres el signo más pasional de todos”. Con esto me tienen ganada, ¿os parezco fría?, pues soy más caliente que un volcán en plena erupción.

Sin embargo veo un problema en esto del frío. Cuando viví en Latinoamérica en enero es verano, hace un calor de muerte y son plenas vacaciones. No sabéis el lío tremendo que tenía cuando entraba en La Nación a la sección del horóscopo. Primero porque estaba escrito en argentino, allí el horóscopo lo llaman “lectura cósmica de la persona a través del flujo planetario del día de su nacimiento”. El que aumentó el número de caracteres de Twitter era un argentino emigrado a Silicon Valley. Y segundo, porque no sabía si tenía que mirar capricornio, en este caso sería una capricorniana del hemisferio sur ( yo nací en España) o tendría que cambiar mi signo, al encontrarme en un lugar diferente y mis astros andar desordenados. Finalmente decidí ser Cáncer, un signo que es más veraniego, suelto y enrollado. Aunque cuidado cangrejito, (si joder, usan diminutivos) no te vayas a esconder en las rocas temiendo ser devorado. Otra vez las piedras, otra vez evitando salir al mundo y comérmelo (haber sido Leo puto crustáceo).

Debido a esto, finalmente en Argentina y Chile decidí mirar el horóscopo chino que abarca años enteros, y no estaciones que dependen de si vives en Australia o en Lisboa. Según el año que nací me corresponde ser un perro. Toma cabra, que te den cangrejo, ahora soy un perro y salto de piedra en piedra sin inmutarme. Ya puestos decidí ser un perro grandote, cazador y muy fiel a sus amigos. Pero el problema apareció pronto, pues ser perro me obligaba a cumplir órdenes de mi amo, hacer mis necesidades en la calle y comer pienso, que huele a casa no ventilada. Lo de las órdenes me venía muy grande, aunque lo de cagar en la calle tenía su punto. Pero lo que era intolerable era oler a rancio el día entero, mis fieles amigos empezaron a alejarse de mí y otra vez me tuve que esconder, ahora detrás de mi amo, y no salir a comerme nada, total para comer siempre lo mismo. En ese momento, cuando tenía ataques mágicos, en vez de meterme en el horóscopo, anestesiaba mis ansias de respuestas hablando con gente. Así conocí a Lía.

Lía en realidad se llamaba Emilia, era nieta de emigrantes sicilianos y trabajaba en una confitería en Callao con las Heras. Yo iba cada mañana a tomarme dos o cuatro medialunas de manteca y un buen café, mientras me sentaba a leer el periódico. Lía y yo nos caímos bien desde el principio y todos los días charlábamos de los tres temas favoritos de los argentinos: política, sexo y fútbol.

Una mañana que yo estaba leyendo la sección del horóscopo, Lía vino por detrás y me dijo: “che gallega, si querés saber tú futuro dejame leerte la borra del café”. Me dio igual mi título de psicóloga, mis años de diván y mi amor por la ciencia. Aquella mujer de nombre sexy, iba a decirme qué iba a ser de mí en un momento de incertidumbre y además no tenía que pagarle (o eso creía). Al rato vino de vuelta con un café nuevo, que me bebí como quien se bebe la pócima mágica de Asterix (por aclarar, la borra son los posos que deja el café). Miró atenta aquellas manchas oscuras que me hicieron recordar el test de Rorschach. Lía miraba el fondo de la taza como quien mira un cadáver recién hallado en la escena del crimen. Yo trataba de leer sus gestos que no me parecían aprobatorios, movía la cabeza a izquierda y derecha mientras hacía movimientos giratorios con sus manos, agarrando la diminuta taza. Yo pensaba que si en vez de un murciélago veía a mi padre, seria diagnosticada de neurosis obsesiva y de ahí tendría que correr a la farmacia a comprar anti depresivos. Pero Lía no vio nada de eso, solo se levantó y me dijo: “lo que vi recién merece una larga conversación, ¿por qué no venís a casa esta tarde y te leo las cartas? Me trajo la cuenta y por su puesto me cobró los dos cafés. Antes de salir me dijo desde la barra: “gallega, por ser vos te cobraré solo quinientos pesos, y si querés podés traerte una amiga”. En ese momento quise ser cabra otra vez, pero no para quedarme parada en las rocas esperando un empujoncito, si no para embestirla con mis enormes cuernos.

Aquel día me fui a casa y no necesité pensar demasiado para darme cuenta de la estafa, no obstante a la mañana siguiente volví a por mi café y mis facturas, pero esta vez con un libro de poesía bajo el brazo. Lía no dijo nada sobre mi ausencia la tarde anterior, y a partir de ese día sustituimos el fútbol por el verso (que en realidad para los argentinos es lo mismo).

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Mi experiencia ante el pensamiento mágico y las soluciones fáciles me transformaron en tres animales distintos; cuatro si contamos la avestruz que hice aquella tarde que no acudí a mi cita con mi tarotista. Pero sobre todo, me convirtió en una perdedora de tiempo muy pelotuda. Al menos hasta ahora no he perdido dinero, es en ese punto cuando he parado de buscar respuestas sencillas a la incertidumbre de la vida, y he decidido transitar por otros más terrenales y no por eso menos mágicos. Porque muchas veces, el ser humano tiende a buscar ante la adversidad, el no saber y las dificultades, respuestas en lugares y personas enigmáticas. Gurús todopoderosos, cartas astrales, libros que prometen cambiar tu vida, reduccionismos varios cubiertos de magia y oscuridad. ¿Pero no es mucho más mágico ir a lugares reales que te hacen ver que hay personas y culturas distintas, librerías enteras con libros que van construyendo el propio, personas normales que hacen malabares ante la adversidad y de las que aprendes, viajes al interior de nuestro cerebro que sí que es mágico y además le da igual en qué hemisferio te encuentres?. Bueno no, el cerebro tiene dos hemisferios, derecho para el sentir, izquierdo para pensar ( ahora la reduccionista soy yo). Pero están totalmente interrelacionados, no somos todo pensamiento, ni todo sentimiento. Por eso podemos permitirnos no ser cien por cien congruentes con nuestros principios (es imposible), pero sí poner filtros para que no entre cualquier cosa (es justo lo que hace nuestro cerebro).

Ferran Adrià a veces se come un cuarto de libra tamaño XXL, pero rápido vuelve a los fogones de su laboratorio. El resto de los mortales nos podemos y debemos permitir también ser contradictorios, pero como no somos gurús todopoderosos (Ferran sí lo es, uno de pocos), volvemos a nuestras vidas mundanas y luchamos con nuestras realidades. Eso sí, todos los lunes vemos Masterchef y los martes jugamos a las cocinitas (de Ikea). Esto parece mucho menos peligroso que jugar a que otros jueguen con nuestra vida, porque como mucho se te quema la salsa de cangrejo reducida al jerez por gilipollas, pero no se te quema la cartera o algo mucho más peligroso, el cerebro.