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Mientras observo adelantados abetos plásticos de mis vecinos por la ventana, que me apremian a hacer memoria sobre aquellas cosas buenas y malas que me han sucedido, me gustaría recomendar tres obras que he leído o visto este año ya a punto de acabar. Dos de ellas, un libro y una película, me han impactado enormemente, mientras la tercera, mi favorita, ha conseguido aliviar el impacto provocado por las dos anteriores. Y menos mal que lo ha hecho.

Este año, inmersa de nuevo en el mundo de la psicología, ha sido inevitable ver y comentar hasta la saciedad la película del año: Joker. He hablado sobre ella con mis amigos, mis familiares, hasta mis hijos hablan de ella sin haberla visto. Evitando una crítica cinematográfica, una más sería demasiado, mi interés principal en la cinta más taquillera reside en dos virtudes: la primera es su capacidad para hablar de un tabú como la locura sin caer en obviedades. Su director,Todd Phillips, en ningún momento nos relata de forma simplista la construcción del más famoso villano.

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Esta brillante manera de narrar el origen de un payaso un poquito cabrón, ha hecho que sintamos empatía e incluso simpatía por Arthur Fleck ¿Cómo no quedar loco de atar después de una vida que desde el principio está truncada? Abusos sexuales, rechazo de la sociedad, ausencia de amigos, ceguera de una madre totalmente enferma. Arthur recurre a la psicosis como la única manera de escapar a un poder que le soterra. La película no nos muestra a un loquito sin más, si no que nos recorre por su historia para entenderle. Joker es un inadaptado que trata de adaptarse como puede. Eso nos hace verle desde un prisma humano, desde un prisma al que no estamos acostumbrados a ver la enfermedad mental, porque si viésemos así a los locos, quizás no les llamaríamos así.

Un enfermo mental llega a la locura como escape a un sufrimiento intolerable, y es construido como resultado de múltiples factores que le pisan el cuello. Familia, sociedad, trabajo, unos chicos despiadadados, una ciudad cruel y desigual. Arthur mira hacia arriba pero el zapato pesa demasiado, no puede levantarse del suelo, demasiados pies pisan su cuello. Cierra los ojos y escapa ayudado por la máxima locura, la de la psicosis. Arthur inventa un mundo paralelo al real, si no hay ningún motivo para estar en el mundo, recurrir a la paranoia parece no ser una opción tan inadaptada al fin y al cabo. Hasta el más loco parece que hace lo que puede por sobrevivir.

Ante un mundo inaguantable, Arthur se convierte en Joker, y a partir de aquí comienza la segunda parte de la película, y por ende su segunda virtud, pues abre un debate necesario y urgente: ¿Puede un loco decidir hacer el mal o el bien? ¿Tiene Arthur otra salida que no sea convertirse en un psicópata asesino? En la cinta se muestra cómo Joker deja un hueco al amor, a través de su romance fantaseado con su vecina ( a la que al parecer no mata) también podemos ver un Joker algo humano, cuando decide no matar a su amigo enano (tras matar sangrientamente a su asqueroso delator) Parece que Joker no es un asesino las veinticuatro horas del día.

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Ahora es el momento de recomendar la segunda obra que me ha impactado este año, uno de los mejores libros que han caído en mis manos en mucho tiempo: Claus y Lucas, de Agota Kristof. Da igual que no lo hayas leído, no hago spoiler. Si Joker está contado a través de un complejo guión y un fabuloso actor, con un presupuesto desorbitado en el que la música, la imagen y cada detalle están cuidados al milímetro, Claus y Lucas está escrito así: sujeto-predicado. Claus- abusos. Lucas-tortura. Guerra- hambre. Maldad-muerte. Infancia-angustia. Creo que es la manera más simple que he leído en mi vida de narrar las miserias humanas. Si Joker tiene justificado convertirse en un asesino, la historia que aquí se escribe, justificaría a sus protagonistas ser el mismísimo diablo. Sin embargo, a estos justificados locos del libro, les da por no ser malos, ni miserables ni asesinos. El bien a pesar de todo. La locura no convierte siempre al loco en malo. La enfermedad mental es una manera inadaptada de adaptarse que no se elige, sin embargo la maldad, se elige de alguna manera.

Existen casos de personas que han sufrido abusos, torturas e inimaginables vejaciones en su vida, y sin embargo no se han vuelto payasos asesinos sangrientos, si no todo lo contrario. Lean Claus y Lucas, su locura es inevitable, su bondad una elección. Es por ello que ambas obras han calado fuertemente en mí. Me hacen pensar que estaría bien dejar de asociar la locura a la maldad como una regla directa. Si somos capaces de cambiar nuestra mirada, si por lo que sea miramos a nuestro alrededor un poco, nos daremos cuenta de que los malos, no viven precisamente en los manicomios.

Dirigen empresas y gobiernos. Son nuestro vecino encantador que por las noches da palizas a su mujer, es esa madre que les dice todos los días a sus hijos que no valen nada. Es el homófobo que un día le dio una paliza a un chaval afeminado, es el que dejó sin trabajo a un tipo que había venido nadando. Son los que se aprovechan de la vulnerabilidad de un menor, los que golpean a nuestros mayores, los que estafan los ahorros de toda una vida, los que dicen a su pareja “tú sin mí no eres nada”. Son los que disfrutan pisando cuellos, los que la envidia les recome por dentro, los que abusan de su fuerza para aplacar a sus inferiores, aquellos y aquellas que se sirven de la mentira para denostar a otros.

“ El coco no viene con un saco por la noche”, me dijo un tipo en una villa de Buenos Aires, “viene papá borracho y viola al primero que salga”. Y también viene una factura de la luz impagable a una pareja de ochenta y tantos, y vienen a descubrir mi cadáver quince años después de muerta. Y no hay mantas ni lumbre, ni nada que llevarse a la boca, la maldad en forma de frío, soledad y hambre desesperantes. Y vienen señores que venden señoras, y otros que las alquilan por un rato. Para qué invocar al diablo, si miles de menores andan solos por una Europa llenita de buenas intenciones. Y mientras, quedamos temerosos de asesinos en serie, payasos histriónicos y hombres que coleccionan huesos y pelo púbico de sus víctimas. O tememos a improbables marcianos mientras aquí al lado, una manada cobarde acecha a sus victimas culpabilizadas. Tememos a los malos de las pelis, esos que representan un porcentaje mínimo del dolor que provoca la maldad, hoy blanqueada con trajes, sonrisas dibujadas y mentiras dadas la vuelta.

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Pero menos mal que entre tanta angustia provocada por Joker, y tanto dolor provocado por Claus y Lucas, al fin ha caído en mis manos una tercera obra para darme un respiro: “Yo vivo” de Max Aub. Un alivio para poder salir de la pesadilla del dolor y la miseria, para volver al amor sin grandes pompas, una vuelta al amor por lo pequeño. Con una prosa tan bella que se confunde con verso, Enrique, su protagonista, disfruta durante veintiún capítulos del roce de las sábanas en sus dedos, de una ducha caliente, de un pescado recién hecho, de un baño en el mar, del placer de observar el escote de Matilde. Placeres para todos, para buenos y malos, locos y cuerdos. Hasta Joker puede emocionarse ante una puesta de sol, una canción, un baile o un paseo por el bosque. Estos pequeños regalos gratuitos, estos placeres al alcance de todos, salvaron a Claus y Lucas y probablemente a ti también, Max Aub, que escribiste el texto más vitalista que jamás he leído, justo antes que empezara la guerra que tan bien narraste después. Gracias Max Hub por tu novela salvavidas, es todo lo que necesitamos tras tanto dolor, estímulos positivos a los que aferrarnos que nos permita hacer el bien. El bien a pesar de todo.