
Ha llegado el día. Mi hijo mayor me ha dicho la frase temida: “mamá, no tienes gracia”. Yo, que te he parido con dolor hijo mío, que dejé mi carrera profesional aparcada por darte todo lo que necesitabas, que he renunciado a noches de juerga y las he cambiado por noches en vela llenas de mocos y lágrimas. Yo que soy tu chófer, tu cocinera fallida, tu enfermera cuando los virus te acechan. Yo, que me arrodillo ante ti y te quito los piojos que han invadido nuestras cabezas, que el día de tu cumpleaños hincho globos hasta el mareo, que duermo con un ojo abierto para correr a tu cama y calmar tus pesadillas. Yo, que observo la cuenta de banco en color rojo para que puedas hacer todas las extraescolares inimaginables, que he superado mis escrúpulos limpiando tus cacas y vómitos, yo, tu madre, que me convertí en ballena durante nueve meses y tuve que comprar zapatos nuevos para que mis hinchados tobillos cupieran. Yo, que te amamanté llorando de dolor a ratos, que me olvidé de mirarme al espejo durante meses con un moño maltrecho en mi cabeza. Yo, que te leo cuentos en la orilla de tu cama, que he tenido que aprenderme todos los personajes de Marvel y sus superpoderes, que veo el fútbol y hasta entiendo el fuera de juego de tanto machaque, que he sustituido los domingos por la mañana en pijama, por los domingos por la mañana en Quintana, para cambiar cromos con padres con ojeras moradas como las mías. Yo, que desperdicio el fin de semana yendo a tus partidos de fútbol, asombrada ante padres que aplauden a sus futuros Ronaldos con furia anti deportiva. Yo, que un sábado por la tarde me vi en Decathlon, comprando una tienda de campaña para ir al campo, tú querías observar las estrellas, yo pasé más frío que un gaditano en Siberia. Yo que voy a comprarme un vestido y acabo comprando pijamas de la talla ocho, yo que he perdido toda intimidad en el váter, yo que he vuelto a estudiar los ríos de España y las fracciones, yo que tengo el móvil invadido de chats de padres que podrían justificar un asesinato. Yo, tu madre dadora de vida y amor infinito, soy menospreciada con tu frase demoledora ante mis chistes anticuados: “mamá no tienes gracia” me has dicho esta tarde delante de tus amiguitos. Luego te has dado la vuelta, dejando mi mano alzada esperando un choque de colegas. ¿Sabes? Me han dado ganas de tener los superpoderes de tus absurdos héroes de cómic, destruir tu mundo de niñato mimado. ¿Sabes hijo? Eres un desagradecido. ¿Pero sabes qué hijito? No he nacido en América, que es de donde vienen tus héroes, y paso de ser Súper López, vale que hayas cambiado mi vida, pero no tanto como para dejarme bigote. Así que decido ser una madre sin gracia, pero que te da las gracias. Agradezco hijo que vayas rompiendo cadenas, soy tu madre, nada más y nada menos, y aunque mi deber sea protegerte, también mi deber es la de dejarte ser tú, aunque eso conlleve convertirme en una payasa sin pizca de gracia.
Tomo el título de este texto, de un libro que acabo de leerme: “De profesión Bebé”de Bertrand Cramer. Un libro necesario para entender cómo un bebé, una pequeña criatura recién nacida, viene al mundo con un guión establecido y más trabajo que el CEO de Inditex. El bebé es esperado con ansias por unos padres, que ponen miles de expectativas sobre él, e imaginan como será su creación divina. Buscan un nombre que se le adecue, quizás el de la abuela materna, esperemos que no herede su mal humor. Viene con un sexo determinado, compraremos ropa rosa si es niña, ropa azul si es niño o blanca para así no determinarlo demasiado, eso sí, si es niño le haremos socio del Madrid como su abuelo. Compraremos juguetes de madera para que sea ecologista, le bautizaremos o no, según hayamos hecho o no, las paces con nuestras propias creencias. Leeremos libros sobre su cuidado, haremos la matrícula del mismo colegio al que fue su padre cuando cumpla el año, le pondremos la música que nos gusta para dormirle y ya en la ecografía en cuatro dimensiones, observaremos que tiene la misma cara de mamá. Tengo la teoría que a todos los padres nos dan el mismo vídeo de un bebé modelo, doscientos euros para fantasear sobre un prototipo.
El pequeño al fin llega al mundo, y aunque no hay aún literatura científica sobre esto, creo que a más de uno le gustaría volver al calor del vientre. Ahora te toca a ti, pequeño, responder a expectativas. Y lo más normal es que así sea. Desde los primeros meses, el bebé reconoce la voz de su madre y enseguida la vincula a su rostro, el bebé sabe distinguir un todo a partir de sólo dos variables y es capaz de reconocer a su mamá entre cientos de madres ajenas. La relación madre hijo, se va nutriendo de acciones cotidianas, donde ambos dan y reciben del otro todo lo que necesitan, se crea un modo de relación en el que el bebé, que es inteligente y adaptativo, responde a mamá tal y como ella desea. Tanto el niño como la madre, se narcisizan el uno al otro en un constante ir y venir de amor y omnipotencia. Como decía Freud, su Majestad el bebé ha llegado para subir la estima a sus Majestades los padres. Si existe papá u otro/a que represente esta función, se creará un triángulo perfecto en el que por fin el amor incondicional triunfa. ¿Pero qué sabemos sobre el amor incondicional? Que no existe y que solo es posible en la fantasía. ¿Y qué sabemos sobre la fantasía? Que está bien para un rato, pero que alimentarnos de ella es negar la necesaria realidad y produce mucho sufrimiento.

Así que, aunque es necesario que el bebé sea alzado y querido por sus padres para establecerse, igual de necesario es que una vez pasado un tiempo, vaya separándose de sus padres para seguir su camino. Los psicoanalistas defienden que la llegada de la ley, simbolizada en el padre (padre como función paterna no como hombre) y explicada desde el Complejo de Edipo, es necesaria para que el niño pase de ser una extensión de su madre a ser un sujeto único en el mundo. Cuando esta separación no se hace, conllevará problemas de todo tipo. Si el niño no ocupa el lugar del hijo, si no que hace pareja con su madre, el Edipo queda invertido, el niño ocupará el lado de la cama de papá, y papá dormirá donde pueda y cuando el niño quiera. Su majestad el bebé se ha convertido en un tirano, ya no es el niñito deseado que colma todo nuestro ser.
La separación necesaria de nuestras primeras figuras de apego, que suelen coincidir con nuestros padres, pero pueden ser otros como cuidadores o familiares que han desempeñado las funciones materna y paterna, es posterior a que esos lazos se hayan estabilizado. Es necesario ese amor incondicional en un primer término, pero cuando la relación está afianzada, las cadenas deben comenzar a romperse. ¿Y quién rompe las cadenas? Es labor de los padres hacerlo, a través de límites que van dando al bebé pautas de lo que se puede o no hacer, pero también, a través de libertad, dotando al bebé de una autonomía sin la cual la creación es imposible.

También es labor del bebé ir separándose, quien suele hacerlo si sus incondicionales admiradores se lo permiten. Cuando los bebés son recién nacidos nos necesitan para todo, pero el propio desarrollo les va dando herramientas de independencia. Al principio les llevamos en brazos, hasta que ellos solos pueden acceder a las cosas a través del gateo y después caminando. Nuestras primeras experiencias de libertad son motoras, ya no necesitamos una mano adulta para alcanzar las cosas. Hay padres que en esta etapa motora-agotadora, encierran al bebé en un parque para tenerle controlado, otros le atarán a la silla para evitar los golpes, otros dejarán al bebé arramplar con todo, y otros pondrán una valla en la puerta, taparán los enchufes y le pondrán un casco para evitar las brechas. Lo más probable es que una misma familia utilice varios de estos recursos, pero siempre habrá una “manera de actuar” que defina patrones más o menos estables. Ya desde el inicio empezamos a decirles a nuestros hijos que el mundo es un lugar hostil, un lugar donde lo mejor es aislarse o por el contrario, un mundo donde todo es posible. Y el bebé, ansioso de aprobación, responderá a la manera de ver el mundo de sus padres que más besos le garantice.
El momento de mayor autonomía del bebé llega pronto, con el milagro del lenguaje. Al principio de nuestra vida somos hablados por bocas ajenas, que interpretan nuestros gestos, llantos y movimientos. El bebé llora por que tiene hambre, sueño o se ha hecho caca. Y el bebé a lo mejor llora por otras miles de causas, pero mamá que le conoce bien, sabe lo que le pasa. Es como el chiste de Gila: cuando la madre tiene frío, le pone la chaqueta al niño. Sin embargo con la adquisición del lenguaje, el bebé ya puede decir si tiene frío, calor, sueño o que el jersey tejido por la abuela, pica que te mueres. También es un lenguaje el arte, que en esta época de la vida es fascinante observar: el dibujo, los primeros intentos de musicalidad, y el arte por excelencia en la infancia: el juego. Los padres comprarán los juguetes que ellos crean que son los mejores para sus hijos, otra vez el guión está escrito, pero los padres podrán posibilitar o no, que el bebé lo reescriba a su gusto.
Casi todos los padres, celebramos con alegría las pequeñas evoluciones de nuestros hijos: “mi hijo ha aprendido a andar el primero de la guardería, mira el mío, come de todo sin protestar, mira el mío, habla como el mismísimo Séneca con solo tres años”. Ver a nuestros hijos crecer es síntoma de que están sanos. Sin embargo si nos llevan la contraria, si no encajan en el rol asignado, si no juega tan bien al fútbol como lo hacía papá en la infancia, o no son tan estudiosos como su hermano mayor, empiezan a no interpretar los guiones tal y como queríamos y entonces ya no lo celebramos. Cabe decir que estos guiones son en su mayoría inconscientes y no los escribimos solo nosotros, tienen una larga historia familiar detrás.

Estos bebés altos ejecutivos, irán creciendo y llegarán a la adolescencia, la época de la vida en que la necesidad de ser uno no mismo llega a su máxima potencia. Si durante la niñez los padres han ido soltando la rienda, con pequeños gestos en los que el niño ha ido tomando sus propias decisiones, esta adolescencia será menos problemática, pues se ha establecido una relación de confianza mutua. No digo que sea un paseo entre las flores, los padres más conscientes de las bondades de la emancipación del hijo, también se sorprenden ante esta volcánica necesidad de los adolescentes de romper con ellos. Pero se reducirá la virulencia si se ha acompañado al niño en el camino de crecer, soltándole de vez en cuando la mano. Hablo de soltar la mano a veces, no de quitar todo límite y desaparecer como padres. Es algo parecido a pasar de la monarquía a la democracia, mamá la reina pasa a ser mamá presidenta del gobierno, el príncipe hijo pasa a ser un votante crítico y rebelde. Agradece el camino recorrido a su lado, pero necesita crear algo nuevo y la creatividad solo es posible rompiendo con lo establecido.
Creo que es un error no celebrar que nuestros hijos no se nos parezcan, creo que debería ser al revés, deberíamos alegrarnos cuando vemos que hemos creado un ser libre, y no una réplica de lo que nunca fuimos (pequeños álter egos que siempre fracasan). Educar es un tema complejo, y sin entrar en las maneras, el libro de Cramer sugiere que educar tiene mucho que ver con tener guiones dinámicos que se puedan cambiar y sobre todo, que sean reescritos en conjunto, implicar a los niños en cuanto sean capaces (y eso es más pronto de lo que pensamos). Hay dos fuentes de sufrimiento primarias: no sentirnos queridos y no poder ser nosotros mismos. En el amor incondicional somos queridos tal y como somos. Madurar es saber que el amor incondicional no existe. Educar se convierte en el complejo trabajo de querer con las menos condiciones posibles, posibilitando al otro ser otro, y permitiéndonos a nosotros también ser nosotros mismos.
Yo voy a ver ahora cómo vuelvo a ser graciosa para mi hijo, descartado el humor de los youtubers que no me hace ninguna gracia, y harta del chiste de mis tetas, estoy probando con vídeos antiguos de Chiquito. Parece que funciona, se parte de risa.